La inteligencia del lenguaje es una facultad compleja y misteriosa. Sabemos que estamos diseñados para adquirirlo en la infancia, e incluso para crear una estructura lingüística a partir de una materia prima relativamente carente de estructura o caótica.
El crecimiento del vocabulario es el resultado de la acumulación general de experiencia que relacionamos con crecer en edad, y no depende en forma crucial del tipo de agilidad mental; sin embargo, se correlaciona con otras formas de medir la inteligencia, como la capacidad para manipular números, hacer girar objetos tridimensionales con los ojos de la mente, y llevar a cabo operaciones lógicas.
Recientes investigaciones muestran que la buena disposición de impulsar nuestras capacidades lingüísticas a lo largo de la vida, ayuda a impedir que las ramificaciones de las dendritas de nuestro cerebro se atrofien, e Incluso podrían evitar el Alzhelmer.
Cada vez existe mayor evidencia que apoya la idea de que el estar dispuesto a enfrentar retos lingüísticos ayuda a conservar las células cerebrales.
En el estudio conocido como “estudio sobre monjas”, se descubrió que estas que durante el noviciado usaban para escribir un estilo relativamente complejo tenían menos probabilidades de desarrollar -OSHO Alzheimer en años posteriores, que las monjas que escribían con un estilo caracterizado por creaciones más sencillas y cortas.
Por tanto, el tener a lo largo de la vida una disposición a enfrentar retos (como una elaborada caligrafía) y abordar estructuras lingüísticas complejas, podría tener un efecto preventivo contra esta enfermedad crónico degenerativa.
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